En el capítulo nueve de la segunda temporada de Roma Criminal, en un momento relevante de la serie (evitemos spoilers) uno de los miembros recuerda la idea original del líder del grupo “soñó con una banda horizontal en la que todos eran iguales”. Lo cierto es que la teoría es muy buena, “todos somos iguales”, pero aplicado a una formación real, ese hecho carece de sentido. Verán, no importa el movimiento que elijan, todos tenían un líder y Podemos no podía ser menos.
Gustase más o gustase menos, Pablo Iglesias representa la cabeza visible de un movimiento que se inspiraba en el 15-M, en la decepción que hasta ese momento representaba la clase política (y probablemente sigue representando), en el cambio hacia algo “mejor”, en el hecho de que la política de nuestro tiempo había fracasado. Queríamos todo, queríamos nada.
Ahora, hay que asumir como premisa absoluta la palabra de un líder que no quería serlo, aquel que decía que si no ganaba se iría, una expresión harto olvidada por los ciudadanos, pues son muchos, presidente del Gobierno incluido, quienes la han entonado y no la han cumplido.
En la actualidad, el movimiento ha olvidado sus orígenes, donde Monedero, Bescansa y compañía hacían que la primera asamblea ciudadana de Vistalegre (octubre de 2014) fuera un lugar para la esperanza. Un nuevo encuentro para la sociedad y donde los líderes quedaban sucumbidos ante la imagen de lema, una insignia, un partido.
Queremos, sin querer, que todo el mundo olvide todo, que los culpables están fuera de las filas, pero ¿si olvidamos los orígenes de la formación quién es más culpable? Lo cierto es que la duda nos hace plantearnos quien es el más culpable.
Podemos: el partido, la idea y el cambio
Un dato importante, y que no podemos olvidar, es que PODEMOS devolvió el interés por la política. Hizo que los jóvenes se volvieran partícipes de una situación que parecía dada a un bipartidismo infinito y ¿ahora qué? Ahora cuál debe ser la respuesta. En apenas tres meses se pasó de una idea, a un partido que logró 5 escaños en las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo de 2014.
El efecto se magnificó poco tiempo después en las elecciones generales. De hecho, llevó por primera vez, en la historia de la actual democracia en España, a repetir unos comicios a nivel nacional. La sociedad empezaba a creer que otra situación era posible, pero tras asentarse en el poder y en poco más de cinco años, el éxito del movimiento se ha tornado en dudas y problemas internos más que en una opción real de “sorpasso”.
Junto a esto, la idea de que el PSOE va a fracasar, de que Ciudadanos no acaba despegar y ante un Partido Popular sumido en la corrupción ¿Quién va a tomar las riendas de una España necesitada del cambio? Vivimos tiempos muy difíciles y siempre tenemos que recordar que somos una democracia avanzada, moderna y abierta a la mejora. Es más, mejorar debe ser el dogma que nos guíe. Los comicios andaluces de 2018 deben de ser una advertencia para partidos y políticos y recordar que, si se decepciona una vez tras otra a una sociedad, el precio electoral que se paga suele ser muy alto.
Este artículo fue publicado originalmente en IEVENN.